17 jul 2013

Tres mil kilómetros no son nada... ¿o sí?



Aunque yo me empeñe en decirle a mi abuela que estamos solo un poco más “pa´arriba” de Francia ella lo único que consigue responder es un “Ay, Virgen del Carmen”. Pensé en llevarle un mapa por eso de que nos situara visualmente pero luego me di cuenta de que sería peor el remedio que la enfermedad porque lo cierto es que tres mil kilómetros es una distancia considerable. Afortunadamente, el avión será nuestro aliado pero si hablamos de hacerlos en coche es casi una locura. De esas que haces una vez y no más. Por mucho que te repitas que: “te lo vas a tomar como unas vacaciones”, un “road trip” como dicen los ingleses; que lo vas a hacer “a tu ritmo”; “que nos turnamos”… Ese mantra no consigue sacudirte el cansancio de demasiadas horas al volante, sobre todo, cuando has empezado el viaje con las pilas descargadas porque venía precedido de semanas demasiado intensas.

El trayecto fue Madrid-Burdeos-Bélgica-Alemania y desde allí un ferry que nos llevó al sur de Suecia. De regalo, una noche extra en Uppsala para llegar a Sundsvall a una hora decente. Fue la primera ciudad sueca que tuvimos ocasión de ver y se merece que le devolvamos una visita calmada.

La idea de recorrer Europa en coche puede resultar sugerente pero si tenemos en cuenta que el coche iba cargado con todo y digo todo lo imprescindible para empezar una nueva vida en un país extraño, el resultado no es precisamente un viaje turístico. Lo primero es aceptar que no puedes dejar el coche solo en cualquier parte y lo segundo que estás tan agotada que pocas ganas te quedan de hacer turismo. Aun así, siempre puedes disfrutar un poco. De Francia me quedo con sus autovías. Circulas a golpe de euros pero a cambio tienes un viaje cómodo y placentero. Algo que aprecias mucho más cuando, una vez en Bélgica, sufres los baches y las obras de sus pequeñas carreteras. De Alemania, con el detalle de que allí, a pie de calle, poquita gente hablaba inglés. Mucho dar lecciones de Europa, Europa pero flojitos ellos con el idioma de comunicación de la Unión. Lo mejor de Alemania fue sin duda el ferry. Cuando una tiene como única referencia el ferry a Tánger, pasa lo que pasa. A bordo del Nils Holggerson (¿os acordáis de esos dibujos animados suecos?) pasamos la noche que nos hizo ahorrarnos los 300 kilómetros de cruzar Dinamarca. Más que un ferry, un crucero para reponer fuerzas.

Y luego Suecia, que se merece un párrafo aparte. Lo primero que llama la atención es que el país respira. No vive agobiado por altos edificios, grandes ciudades o redes de autopistas faraónicas. El sur de Suecia es llano, abierto, con praderas verdes y prácticamente una única autovía que cruza el país hacia el norte. E4, dirección Estocolmo. No hay pérdida, ni estrés. La carretera, el paisaje y tú. Solo despertamos del sueño cuando Escolmo nos recibió como toda buena capital y nos regaló un gran atasco de bienvenida. Pero ya estábamos cerca. Sundsvall nos esperaba, pero eso ya es otra historia.

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