Cae la noche en la parte de atrás de un
viejo edificio de una ciudad escandinava cualquiera. El suelo de gravilla, las bicis
apoyadas en la pared y una vieja puerta de madera que cruje cuando apenas has
empezado a girar la manilla. Lo siguiente que se ve es una escalera de piedra
que desciende hacia a ninguna parte, apenas se vislumbra el final, solo los
escalones irregulares y las paredes descascarilladas… Podría ser un escenario
perfecto para cualquier novela de intriga, ahora que está tan de moda la novela
negra nórdica, pero es algo mucho más mundano: mi lavadero.
Aquí es habitual que los edificios tenga
una especie de lavandería comunitaria que en sueco se llama tvättstuga. El procedimiento es el
siguiente: en la entrada hay una lista con los días del mes divididos
en cuatro turnos de cuatro horas. Eliges el turno que más te convenga (o el que
puedas) y apuntas tu nombre. Llegado el día ya tienes acumulada una cantidad
importante de ropa que tienes que organizar y bajar cuatro pisos (he mencionado
ya que no tenemos ascensor, sí creo que sí) cargada con las cestas-bolsas y
todo lo necesario para poner una lavadora: detergente, suavizante, la bolsa de
tela para la ropa delicada, etc. Cuando bajas las escaleras, sales a la parte trasera del
edificio y te encuentras esas inquietantes escaleras de la foto que dan a un sótano.
Lo primero: localizar la luz (y no, no es tan sencillo, la primera vez
necesitamos una linterna) y el cuarto en cuestión, porque allí también hay otras
misteriosas habitaciones y pasillos que no sé muy bien a dónde llevarán, y no sé
si quiero saberlo, la verdad. Normalmente, en el cuarto donde están las
lavadoras hace calor porque además de dos lavadoras, una secadora y un
fregadero, hay un par de cordeles donde la gente cuelga la ropa para secarla
con ayuda de un calentador que da directamente sobre ella y sube unos cuantos grados la temperatura ambiente.
Empieza el espectáculo, sacas ropa,
toallas, sábanas y pones una lavadora tras otra; de vez en cuando una secadora
y mientras… esperas. Podría subir al apartamento pero la idea de subir y bajar las escaleras cada 20 minutos me cansa solo de pensarlo. Y ahora es fácil porque ya hemos aprendido
pero nuestro primer día de lavandería en Suecia fue toda una experiencia: ni
idea de cómo funcionaban esas lavadoras y secadoras industriales y todas las
instrucciones en sueco. ¡Menos mal que este tipo de artilugios son pura
intuición!
Después de unas cuantas horas, limpias
un poco para que el siguiente en la lista encuentre todo decente y empiezas a
subir toda la ropa limpia. Tiende lo que se ha quedado húmedo,
plancha y guarda la ropa limpia. Y ya has perdido una mañana o tarde de tu
vida haciendo cosas absurdas. No tenía la sensación de invertir tanto tiempo en estas cosas antes. No sé si será por tener que hacerlo todo en un mismo día en lugar de ir haciéndolo poco a poco cuando más te convenga. Ahora la lavadora es un privilegio y a eso me va a costar acostumbrarme.
P.D. El otro día me comentaba una antigua
compañera de trabajo que en Nueva York también está organizado así y que ella
se considera afortunada porque su cuarto de lavandería está cerca porque hay
gente que tiene que recorrerse tres manzanas con toda su ropa en un carrito.
Visto así, quién no se consuela es porque no quiere. Voy a dejar de quejarme
;D.
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