"Pintaron de gris el cielo
y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.
La tarde que se adormece
parece un niño que el viento mece
con su balada de otoño".
Yo no puedo evitarlo. Me gusta el otoño. El otoño como el que describe Serrat en su canción. Me gusta deshacerme del calor denso y empalagoso del verano, darle la
bienvenida al frío y ver cómo los días van cambiando de tonalidad, vistiéndose
de amarillos y ocres. Yo al otoño lo
espero impaciente y apenas el aire comienza a oler a lluvia me siento más
tranquila. Aquí ha llegado tan poco a poco que casi no me he dado cuenta, no me
dio tiempo a echar de menos el olor a lluvia ni a estar pendiente de si llegan
los puestos con sus castañas asadas (¿existirá eso aquí?). Simplemente se fue
acercando; acortando las tardes, refrescando las noches, hojas despistadas en
el suelo y, de repente, una semana entera de lluvias y cielos grises. Mientras en España me hablan con el abanico en
la mano, aquí el calendario no ha dado
tregua. Puntualidad sueca, que nada tiene que envidiarle a la inglesa.
Y yo dejo que el otoño me recoja y me
cobije. Tardes de manta y sofá, libros, tazas de té humeante, gotas de lluvia
tras el cristal, velas en las ventanas y desgastados jerséis de lana. Y de vez en cuando, un día templado con el
sol en el cielo, pero lo justo y necesario; no más, para que el otoño sea como ha sido siempre y no una prolongación
innecesaria del verano.
Ahora, en Sundsvall el otoño ha hecho su entrada de verdad, como
si hubiera estado esperando el permiso del equinoccio para hacer acto de
presencia. Y tengo que decir que se parece más a nuestro invierno que a otra
cosa, al menos en lo que se refiere a la temperatura. Esta mañana me ha
sorprendido un aire helado y he tenido que mirar dos veces el móvil para confirmar
lo que veía: 5 grados en Sundsvall. ¡Ahí es nada! Así que por las noches
todavía peor. Menos mal que en nuestro apartamento hace ya tiempo que la
calefacción central cobra vida después de la caída del sol. Y se agradece, ¡vamos si se agradece!
Lo único que no me cuadra de este otoño en Sundsvall es que esta estación de la hojarasca invita a los abrazos y a mi se me quedan muchos a medio hacer. Pero, a veces, consigo que vuelen muchos kilómetros para que lleguen dónde deben estar: en el regazo de mis padres, colgados al cuello de mis hermanos, enganchados a mi abuela o sujetando a esa amiga que lo necesita. Por cierto que aquí otoño, se dice "höst". Ya sabéis otra palabra más ;D. Y a Sundsvall le sienta bien, luce bonita.
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